Día del Maestro

Apasionados del ser

No hace mucho, hablando sobre sueños y propósitos de vida con los alumnos de quinto de secundaria, consulté de si ya tenían elegida la carrera profesional de sus vidas, a lo que la mayoría respondió afirmativamente. Pregunté luego si alguien tenía en mente ser maestro, y nadie levantó la mano. No fue sorpresa la respuesta, no obstante, en la misma clase, el cien por ciento de los alumnos estaba de acuerdo con la premisa de que los grandes problemas en la sociedad se dan por falta de educación. Podríamos pensar qué contradictorio esto, por un lado, una problemática real, de la cual todos convencidos, y por otro, la certeza de que nadie se atreve a formar parte de su solución.

La escasez de maestros podríamos relacionarla directamente con el factor económico, por lo menos en nuestro país, el bajo salario es un factor casi determinante. Sin embargo, la problemática está relacionada no solo con un tema salarial, un aspecto clave tiene que ver con el ser y el hacer del maestro.

En mis clases de Filosofía medieval, recuerdo de aquel principio común a los entes, en el que, el obrar sigue al ser, donde el ser es lo primero antes que el hacer. Aplicado a los maestros nos ayuda a entender que la docencia se relaciona más con el ser que con el hacer, su ámbito es el ser. Y es que no hay nada que inspire tanto en un maestro a sus alumnos como su ejemplo, su pasión, su motivación, la alegría y la convicción de ser realmente lo que es: educador, formador de mentes y corazones. Dice el Papa Francisco que, cuando nuestros discursos van en una dirección y la vida en otra, es allí cuando corremos el riesgo de ser solo actores que interpretan un papel, pero no educadores, por lo que el hacer sigue al ser (De La Torre, 2022).

La docencia se considera socialmente una vocación que se relaciona con una misión trascendente: servir. Se trata de responsabilidad social, un servicio solidario, nada más y nada menos, a la sociedad. Servir al otro es involucrarse en su vida, en su pasado, en su presente y de forma especial, en su futuro. Esto es lo que sucede cuando uno educa. En relación con ello, el Papa actual señala que la misión de los maestros es “transmitir vida”, desgastarla, pensar no en uno mismo, sino en los demás, en los alumnos. Los maestros dejan en parte su familia y su hogar, horas y horas al día para desgastarse con sus alumnos; se trata de la vocación más caritativa y solidaria. Señala también el Papa Francisco (2014) que, educar siempre será un acto de amor, tarea hermosa, pero bastante sacrificada, más si de educar en valores se trata. La educación, al ser una tarea de amor, es una obra de caridad, una acción que transforma, cuya recompensa es incalculable, no tiene medida, su salario se relaciona más con la satisfacción que siente cada docente de ver crecer y madurar a sus alumnos. En la misma línea del Papa, Paulo Freire (Lovanovich, 2013) dirá que la educación es un acto de amor, amor al mundo, amor a la vida, amor a los hombres.

Una vocación como tal, vivida en su pleno significado, ¿no inspiraría más a nuestros alumnos, a los jóvenes a ser parte? Posiblemente, aquí esté el secreto. No son muchos los momentos en los que les hablamos, convencidos de una vocación o apasionados de servir. Ellos nos ven cansados, a veces, de mal humor, descontentos o fastidiados, ¿no seremos los mismos maestros quienes provocamos que haya menos jóvenes enamorados de esta pasión de servir? Nada cuesta presentar a nuestros niños y jóvenes lo que nos apasiona tanto, menos si lo hacemos de manera atractiva, y sembrando consciencia de que, en un mundo como el actual, siempre se hará imprescindible la presencia de maestros, pero, sobre todo, de maestros apasionados de ser lo que son.

Un feliz julio a todos los maestros apasionados.

Fr. Segundo Agip, OSA